Por Johely Barrios Diaz, abogada y Editora de La Sociocultural.

Tania Rivilis (1986, Ucrania) es una destacada artista figurativa contemporánea especializada en el retrato. Su trabajo explora los límites del género al investigar las relaciones humanas y la conexión entre los sujetos retratados y quienes observan la obra, estableciendo un diálogo íntimo y reflexivo con el espectador.
Desde su llegada a Alemania en 2012, Rivilis ha desarrollado una carrera ascendente que la ha llevado a exponer en espacios prestigiosos y recibir reconocimientos internacionales. En 2022, fue galardonada con el Premio William Lock de la Royal Society of Portrait Painters, un reconocimiento al retrato más atemporal que refleja un dominio excepcional de la técnica y una sensibilidad estética profunda. En 2024, su talento volvió a ser reconocido al ser preseleccionada tanto para el Premio William Lock Portrait como para el Premio Ondaatje de Retrato. A pesar de la juventud de su trayectoria, su obra ya ha sido exhibida en lugares icónicos como Times Square y en los venerables salones de Christie’s –una de las casas de subastas más prestigiosas y antiguas del mundo, fundada en 1766 en Londres– donde fue un testimonio de la creatividad femenina, consolidándola como una voz relevante en el panorama artístico actual.
Su presencia en el circuito artístico internacional incluye colaboraciones con galerías de renombre como Arcadia Contemporary en Nueva York y Bonnard Galerie en los Países Bajos, además de su participación en ferias de arte de alto perfil como LA Art Fair y Art Basel. Más allá de la pintura tradicional, Rivilis ha expandido su práctica artística al ámbito digital. Desde 2021, forma parte activa de la comunidad NFT, con obras en plataformas destacadas como SuperRare y NiftyGateway. Su arte ha trascendido los límites físicos al integrarse en iniciativas globales como la gira ArtCrush, que lleva su visión creativa a audiencias de todo el mundo.
Acercándome a Tania Rivilis
Más allá de reconocer la sólida trayectoria de Tania Rivilis, mi verdadero interés radica en acercarme a sus inquietudes y a las preguntas que emergen desde su sensibilidad artística. Los premios y las exposiciones, en cierta medida, son relatos que otros construyen alrededor del artista. Sin embargo, me mueve la posibilidad de que, en este espacio, sea Tania quien se narre a sí misma, compartiendo aquello que la conmueve y la impulsa a crear, así como la oportunidad de conocernos, acercarnos y dialogar sobre nuestras impresiones.
Así, en un acuerdo suscrito en el que todas y todos participamos ahora, el arte se convierte en un vehículo para revelar aquello que nos sacude o nos transforma. Como señaló recientemente el escritor argentino y colega, Bruno Theilig, en una de nuestras conversaciones: “Es fundamental generar espacios donde las experiencias personales y las historias que trascienden lo inmediato puedan ser contadas. Esa forma de compartir lo íntimo es, en sí misma, un acto de resistencia frente a la indiferencia que a menudo impera en nuestro mundo: una apuesta por la transformación social desde lo más profundo de lo humano, desde la capacidad de encontrarnos con el otro”.
Al observar su obra, lo evidente se presenta de inmediato: retratos de una belleza sublime, una paleta vibrante que dialoga con el espectador. Pero mi atención se detuvo en lo que no se ve a simple vista. No se trata solo de quiénes son los sujetos que retrata, sino de por qué los elige, qué la atrae hacia ellos y qué busca revelar a través de la pintura. Me interesa comprender cómo su propia obra le devuelve preguntas, cómo la interroga incluso después de estar concluida. También, como espectadora de su obra, me inquieta pensar en qué muestra la artista, qué quiso decir a través de sus creaciones, qué me dice la obra a mí, personalmente, y más importante, qué le digo yo a la obra.
Johely: Me llamó profundamente la atención conocer parte de tu historia con la pintura: cómo iniciaste y la solidez que ha alcanzado tu trabajo. Sin embargo, me gustaría preguntarte: ¿qué es lo que realmente te interesa? Más allá del arte y su historia, como mencionaste en algún momento de tu carrera, ¿qué otros aspectos de la vida o del mundo llaman tu atención? ¿Qué es aquello que, en el fondo, verdaderamente te importa?
Tania: Lo que realmente me fascina es el acto de ser. No solo existir, sino habitar la vida en su sentido más pleno y crudo: estar presente, completamente viva en el momento. Creo que siempre estoy persiguiendo esa sensación, ese estado poco común en el que soy plenamente consciente de mí misma como parte del mundo y de cómo nos perdemos en él. No sucede a menudo, especialmente fuera del estudio. Pero en el estudio, mientras creo, se siente natural, como deslizarse en la corriente de un río: el tiempo desaparece y no hay nada más que el trabajo y el acto de crear.
Fuera del estudio, encuentro destellos de este estado en movimiento: jugando al tenis, surfeando o corriendo. Hay un ritmo en estas actividades que me ancla: el sonido de mi respiración, la sensación de la pelota, el tirón de una ola. La naturaleza también tiene ese poder: las montañas, el océano o uno de mis lugares favoritos cerca de mi estudio: Cabo Espichel en Portugal. Es un acantilado que parece el borde del mundo, donde el aire mismo parece zumbar con presencia.
The Creative Act de Rick Rubin resuena profundamente con esta búsqueda. Capta mucho de lo que estoy tratando de encontrar: la quietud dentro del movimiento, la capacidad de sintonizar con el momento y dejar que la creatividad fluya a través de mí. Creo que, en el fondo, lo que estoy buscando es esto: estar en el flujo de la vida, atrapar esos momentos fugaces en los que estás a la vez arraigado y sin peso, completamente vivo en el ahora. Es una especie de búsqueda silenciosa, pero quizás la más significativa de todas.
J: Tengo entendido que comenzaste a pintar «tarde». En una entrevista para la BBC mencionaste: «Me mudé a Alemania y, como no tenía amigos, pasatiempos ni nada que hacer, mi esposo me regaló pinceles y óleos porque le hablé de mi amor por la historia del arte y el arte. Entonces me dijo: ‘Bueno, puedes intentarlo. Ahora tienes tiempo y puedes intentarlo’.»
Me llamó la atención cómo esos pinceles resonaron en ti. Pudo haber sido cualquier otra forma de acercarte al arte, pero fue la pintura la que te encontró. Antes de decidir intentarlo, ¿sientes, desde la perspectiva que tienes hoy, que todo esto ya se estaba gestando dentro de ti de alguna manera? ¿Había una intuición o una pulsión que te llevaba a arriesgarte a hacerlo?
T: Absolutamente. Siempre he sentido una chispa creativa dentro de mí, aunque no siempre supe cómo o dónde se manifestaría. De niña, como tantos otros, dibujaba, hacía manualidades y me sumergía en los pequeños mundos que podía crear con mis manos. En la escuela, diseñaba carteles para eventos y encontraba alegría en dar forma a algo desde la nada.
Más tarde, cuando llegó el momento de elegir una carrera, no dudé: soñaba con ser arquitecta. Sin embargo, ese camino no se desarrolló, en parte porque mi madre, al ver a los frágiles y exhaustos estudiantes que llevaban enormes tableros de dibujo por la ciudad, me convenció de lo contrario. Aun así, la idea de la arquitectura permaneció conmigo.
Incluso ahora la siento en mi trabajo: no pinto un retrato con un pincel, lo construyo. Capa por capa, borde por borde, esculpo los rasgos como si los estuviera edificando desde cero. Pero la vida tiene una forma curiosa de retrasar ciertos sueños. Vivir en el ritmo implacable de Moscú no me dejaba tiempo para la expresión personal: solo trabajar, apresurarme, sobrevivir.
No fue hasta que me mudé a Alemania, de repente rodeada de silencio y soledad, que algo empezó a cambiar. Por primera vez, tuve un recurso que nunca había conocido realmente: tiempo. Tiempo para sentir, tiempo para reflexionar y tiempo para extrañar a la gente que había dejado atrás.
Hay algo curioso sobre los inmigrantes, un patrón que se repite una y otra vez en las memorias: esa pérdida, ese anhelo, a menudo abre una compuerta a la creatividad. Es como si toda esa emoción no pudiera contenerse y necesitara encontrar una forma de salir. Eso fue lo que me pasó a mí.
Mi entonces novio, ahora esposo, vio este anhelo y recordó mi amor por la historia del arte. Un día, me dio pinceles y óleos y me dijo: «¿Por qué no intentarlo?». Esos pinceles se convirtieron en un salvavidas, un pequeño paso a la vez. Empecé con los viejos maestros, copiando sus obras, aprendiendo su lenguaje.
Y antes de darme cuenta, la pintura me había encontrado. Al mirar atrás ahora, creo que siempre estuvo allí, esperando en silencio. Solo necesitaba el espacio, y tal vez el anhelo, para escuchar su llamado.



J: Javier Mardel, destacado escritor mexicano y además amigo, dijo una vez que «Se ocupa poco tiempo mirando y mucho tiempo creando y produciendo.» También mencionó que «El estilo es una sirena. No se lo debe buscar. Quienes alcanzan una forma de estilo encallan en la producción. Lo importante es seguir navegando: crear, no producir; adentrarse en el vacío, no llenarlo.» ¿Qué piensas sobre estas ideas?
T: Oh, me encanta esta metáfora de la sirena, es muy poética, y estoy totalmente de acuerdo. El estilo nunca debería ser algo que busquemos obsesivamente. Sin embargo, eso es exactamente lo que hacen muchos artistas emergentes (yo incluida, por supuesto). Al principio, me vi completamente arrastrada por una ola de miedo a perderme algo, convencida de que mi objetivo principal tenía que ser encontrar una voz artística única.
Pero aquí está la cuestión: el estilo no se puede forzar. Es algo que te sucede, no algo que haces que suceda.
Me gusta comparar el estilo con el amor. Todos sabemos que, si buscas el amor con demasiada fuerza, si lo persigues con desesperación, es probable que acabes en una situación ridícula y equivocada. Pero, en el momento en que te dejas llevar, en el que te permites simplemente ser y moverte con el flujo de la vida, el amor te encuentra, a menudo en los lugares más inesperados. Lo mismo ocurre con el estilo.
Después de años de luchar y esforzarme por «encontrarlo», estaba completamente agotada. Así que, finalmente, me dejé llevar. Dejé de obsesionarme con cómo debería ser mi voz y comencé a crear por el mero placer de hacerlo. Y entonces, lenta y naturalmente, mi estilo comenzó a tomar forma, emergiendo, casi como por arte de magia, de debajo del pincel.
Esto es algo que enfatizo mucho en mis talleres. Siempre evito alentar la copia ciega del estilo porque el estilo es profundamente personal y único: pertenece a cada artista individualmente. En cambio, me concentro en brindar herramientas que ayuden a los participantes a descubrir su propio lenguaje visual. No se trata de recrear mi proceso, sino de ayudarlos a encontrar lo que ya está dentro, esperando ser expresado.
Pero, como el amor, el estilo también requiere apertura y acción. Si te sientas en casa sin hacer nada, el amor no llamará a tu puerta. En el arte, esto significa que tienes que seguir experimentando, probando cosas nuevas, superando los límites. Tienes que aceptar el proceso, los fracasos, los descubrimientos y todo.
Así es como nacen nuevas imágenes, nuevos lenguajes y nuevas voces. El estilo no es el objetivo. Es el residuo de todo lo que te has atrevido a probar a lo largo del camino.
J: A veces encontraba fotografías antiguas en la casa de mi madre, donde viví hace más de cinco años en Colombia. Las observaba detenidamente, seleccionaba las que más me interesaban y luego las comentaba con ella. Generalmente, eran retratos de su madre, de parientes que nunca conocí o de nosotras mismas.
Creo que el retrato me revela una manera de ver a los demás y de entender cómo se narran a través de la imagen. Al pensar en el retrato, me doy cuenta de que es una forma de evocar, pero también de establecer un diálogo entre el pasado y el presente, al permitirnos ver lo que fuimos y lo que somos en la actualidad.
Además, creo que, a través del retrato, recuperamos ausencias: vemos al otro –al sujeto retratado–, pero también me encuentro a mí misma en la medida en que se plantea la manera en la que yo recuerdo a las personas. Es interesante pensar en las realidades o ficciones que construimos al observar un retrato.
¿Qué significa el retrato para ti? ¿Cómo lo entiendes en tu obra o fuera de ella?
T: Un retrato es algo extraordinario: lleva consigo una historia, una atmósfera, un momento suspendido entre el pasado y el futuro. Contiene el aire, los aromas, las sensaciones y las emociones de un instante fugaz.
En mi obra, a menudo pinto retratos dobles, ya que permiten una narrativa más rica: un vistazo a la relación entre las figuras retratadas. Pero, incluso en un solo retrato, siempre hay un eco de presencia, el observador silencioso que está de pie cerca o frente al sujeto, alguien cuya mirada se detiene justo más allá del marco. Tal vez esa figura sea yo. O tal vez sea el espectador, el que está frente al cuadro, tejiendo su propio significado en la imagen.
Al final, un retrato nunca es simplemente una colección de rasgos faciales o una cáscara estática. Se convierte en una historia leída y reescrita por el espectador. A través de su prisma (su trasfondo cultural, sus miedos, deseos, traumas y recuerdos), el retrato adquiere su historia, su propósito, su propia existencia.
Para mí, el retrato –y la pintura en su conjunto– no se trata solo del sujeto en el marco. Se trata de nosotros, los espectadores, y de la forma en que llenamos el silencio de la imagen con nuestras propias narrativas.
Si observas con atención, las figuras de mis retratos a menudo tienen expresiones apagadas. Están silenciosas, quietas, incluso melancólicas, presentes en su propio momento, mirándome no a mí, sino a través de mí. Esta quietud es intencionada. Deja espacio para que el espectador intervenga, proyecte sus propias emociones y significados, para verter sus propias historias en el recipiente vacío de la pintura.
Un retrato, para mí, no es solo un reflejo del otro: es un espejo para uno mismo.
Exposición en la galería Espacio 75 de Madrid
Pablo Lanzas y Gema Guaylupo, galeristas de Tania Rivilis y fundadores de Espacio 75 en Madrid, presentan «585 Nanometers», la más reciente exposición de la artista, donde, según ellos, la artista profundiza en la naturaleza efímera de la identidad y las relaciones humanas. A través de su obra, Tania revela cómo el yo interior de un sujeto se ve moldeado por la mirada del otro, desdibujando los límites entre el observador y lo observado.
El título «585 Nanometers» refleja su exploración de la percepción y el tiempo. Hace referencia a la longitud de onda del color azafrán, un cálido tono amarillo mantequilla que evoca la luz del atardecer y la memoria táctil de la piel. Este matiz dorado atraviesa sus piezas, unificándolas con una energía vibrante que es, a la vez, tangible y fugaz.
J: Me parece que el retrato también tiene una parte testimonial inacabada. Te imagino en tu estudio, concentrada, pintando, usando esa paleta de colores vibrantes que necesariamente llevas dentro de ti. Al terminar la pieza, cuando dejas de ser la creadora y le otorgas vida propia, la relación con la obra cambia, o al menos, el lugar desde donde se percibe. Esa obra pasa a ser pública, a ser de otros, y otros ojos, nuevas experiencias y narrativas intentarán completar esos rostros, esos testimonios.
Al estar frente a las piezas terminadas que se expondrán en Espacio 75, ¿qué te sucedió? ¿Cómo te sentiste al ver tu trabajo fuera del proceso creativo y listo para ser observado por otros?
T: Esa es una gran pregunta, Johely. Permíteme compartir una historia que quizás refleje cómo me siento: Hace unos años, tuve la oportunidad de exhibir tres de mis obras en la legendaria Christie’s de Londres. Para cualquier artista, es un sueño hecho realidad, y yo no fui la excepción. Cuando me enteré de que participaría, me sentí llena de emoción, casi indescriptible. Pero el plazo era ajustado, así que trabajé día y noche, dedicando toda mi energía a terminar las piezas. Después vinieron los desafíos logísticos: enviar las obras a Londres, la ansiedad de que quedaran atrapadas en la aduana… fue un caos. Pero al final, todo encajó.
La noche de la inauguración fue inolvidable: una velada glamurosa, llena de gente hermosa y conversaciones que vibraban en el aire. Mis coleccionistas vinieron a apoyarme, e incluso Mark Gatiss, el actor y amigo, asistió. Fue uno de los momentos decisivos de mi carrera. Y, sin embargo, algo inesperado sucedió después.
Mientras caminaba de regreso al hotel con mi amiga, la artista Julia Bas, ambas estuvimos en silencio. Finalmente, una de nosotras rompió el silencio y preguntó: “¿Sientes algo?”. La otra respondió: “No. ¿Y tú?”. “No, yo tampoco”.
Ese momento describe perfectamente lo que le sucede a un artista una vez que la obra sale del estudio. Hay una extraña separación, casi como cortar un cordón umbilical. La pintura ya no es tuya: pertenece al mundo, a los espectadores, a sus interpretaciones e historias. Es como si una parte de ti se convirtiera en propiedad pública.
Lucian Freud dijo una vez que sabe que un retrato está terminado cuando lo mira como si fuera una tercera persona. Me identifico profundamente con eso. Cuando me paro frente a mi obra terminada en una exposición, siento que estoy distante, como si hubiera salido de ella. Ya no es mía para sostenerla o controlarla; ahora es un testimonio inacabado, esperando que otros lo completen con su mirada, sus experiencias y sus narrativas. Ahí es, para mí, donde realmente comienza su vida.
J: Has mencionado públicamente, refiriéndote a tus inicios: “Después de cientos de copias, me di cuenta de que podía hacer algo por mí misma. Y, ya sabes, fue como si mi propia voz comenzara a crecer dentro de mí”. Ray Bradbury, el escritor, dijo que “encontrar el estilo no es una búsqueda consciente”. Me encantó lo que dijiste, porque creo que, más que una construcción, el estilo es una voz que se recupera, como diría Mardel.
En tu caso, ¿cómo ha sido ese camino hacia alcanzar tu propia voz? ¿Cómo has vivido ese proceso de discernir que esta es, finalmente, esa voz recuperada?
T: Creo que en el momento en que dejé de intentar forzarla, mi voz empezó a crecer de forma natural, como algo plantado en lo más profundo de mí que finalmente llega a la luz.
La experimentación jugó un papel muy importante en este proceso: cambiar superficies y medios, jugar con herramientas e incluso el cambio de clima en mi vida. Por ejemplo, si observas mis obras anteriores creadas en Alemania, parecen más frías, pintadas en violetas y azules. Pero cuando me mudé al soleado Portugal, todo cambió. Los tonos más cálidos comenzaron a dominar: amarillos ardientes, rosas y verdes vivos. El brillo del cielo portugués y la calidez del sol se filtraron en mi paleta, como si el paisaje mismo estuviera pintando a través de mí.
Y, sin embargo, no lo veo como un destino final. Es un viaje continuo, una búsqueda, una aventura que he llegado a abrazar por completo. Para mí, el arte no es un sustantivo, es un verbo. Es un proceso vivo e infinito.
No siento que haya “llegado” a nada en mi pintura, ni técnica ni estilísticamente. Todo está en constante flujo, evolucionando con mi estado de ánimo, la atmósfera del mundo que me rodea o incluso algo tan simple y humano como las hormonas. Intento dar un paso atrás y disfrutar de este proceso que se desarrolla, resistiendo el impulso de interferir o controlarlo demasiado.
Se siente cósmico en cierto modo, este acto de dejar que la creatividad tome el mando. El estilo, como la voz, no es algo que se pueda fijar o poseer: es algo que se descubre una y otra vez, a medida que cambia y crece contigo. Y eso, para mí, es lo más divertido de todo.
J: La belleza y la poesía están en todas partes, pero la mirada que las halla se cultiva, por ejemplo, al estar sentada mucho tiempo en un banco, observando, hasta convertirse en una sensibilidad encarnada. En tu obra, hay una elección, una decisión sobre a quién pintar y qué sublimar. ¿Cómo has cultivado esa mirada y qué es lo que te atrae de un rostro o de una presencia para transformarlo en una pieza de tu trabajo?
T: Es difícil precisar con exactitud. Hay muchos factores que intervienen a la hora de decidir a quién y cómo pintar. Incluso algo aparentemente tan simple como la elección del color de fondo puede tener capas de significado.
Por ejemplo, recientemente terminé un retrato encargado para el legendario Somerville College en Oxford: un retrato de su directora, Janet Anne Royall, baronesa Royall de Blaisdon. Es una mujer extraordinaria e inspiradora de gran fuerza e independencia, y tuve el honor no solo de conocerla, sino de trabajar con ella en mi estudio durante su visita a Portugal.
Dos tonos de rosa dominan la composición y fueron elegidos con cuidado para reflejar su carácter. El fondo es rosa Baker-Miller, un color históricamente asociado con cualidades tanto calmantes como empoderadoras. En contraste, su chaqueta está pintada en Shocking Pink, un tono audaz e icónico que se hizo famoso por Elsa Schiaparelli, que captura la personalidad dinámica y la individualidad de Jan. Estos tonos no solo complementan su tez y cabello, sino que también sirven como metáfora visual de su resiliencia y vitalidad. Cada detalle, desde el color hasta la postura, fue cuidadosamente considerado para honrar quién es ella.
Más allá de los encargos, a menudo me siento atraída por los rostros que encuentro en la vida cotidiana, en un café, en la calle, en cualquier lugar. Hay algo inexplicable en la energía de ciertas personas que me atrae, algo en su presencia que se siente profundamente humano, incluso melancólico. A menudo, está en los ojos, una cualidad tranquila e introspectiva, como si estuvieran completamente en el momento, absortos en su mundo interior. Tal vez estoy buscando algo dostoievskiano en un rostro, algo con capas y alma. No es una elección consciente; es un sentimiento, un reconocimiento.
En última instancia, la pintura es mi forma de conectar con esa energía, de sublimarla en algo duradero. Se trata de capturar no solo la fisicalidad de una persona, sino la esencia de su presencia: las historias y las emociones que lleva consigo, incluso en silencio.
J: Lo bello y lo vibrante de tu obra, junto con esa mirada y curiosidad voraz, me transmitieron una sensación de armonía y belleza, de estética en un sentido amplio. Me gustaría saber qué opinas al respecto. Es cierto que, en una interpretación más estricta y tradicional, la estética hace referencia al reflejo de las formas eternas y perfectas, o, como dijo Kant, «lo que se presenta como una finalidad sin fin», es decir, algo bello que no nos sirve para un fin práctico. Creo que esa interpretación también es interesante, porque no considero que tu obra, ni la de nadie, deba necesariamente enseñar algo o tener un propósito concreto. Al igual que esta conversación que estoy sosteniendo contigo, que surge únicamente porque Gema y Pablo, tus galeristas, me han ofrecido generosamente esta oportunidad, pero principalmente porque genuinamente me interesa tu trabajo y conocerte.
Dicho esto, también pienso que, más allá de la estética en términos de orden y armonía, el arte tiene la capacidad de desocultar aspectos de nosotros que permanecen velados. ¿Qué opinión te merece a ti la estética como concepto?
En tu obra, ¿sientes que hay algo que sale a la luz? ¿Que, al crear, también estás revelando algo que estaba oculto, ya sea de ti misma o de los demás? ¿Cómo te relacionas con ese poder del arte para revelar lo que no siempre es visible a simple vista?
T: Me siento más afín al concepto de estética expresado por el filósofo francés Michel Foucault, quien la veía como una forma de vida. Sugirió que podemos abordar nuestras vidas como si fueran obras de arte: que moldeamos nuestras personalidades, nuestros estilos de vida y nuestra conducta de manera muy similar a como un artista crea una pintura. Para Foucault, el arte no solo refleja la realidad, sino que también inventa nuevas formas de pensar y ser. Intento encarnar esta filosofía en mi trabajo y en mi vida, esforzándome por ser a la vez el creador y una parte integral de mis pinturas, dentro del estudio y más allá de él.
En mi trabajo, intento capturar más que solo la belleza externa. Intento transmitir las experiencias internas tanto de mis sujetos como de mí misma. Estoy segura de que mi propia historia personal, mis antecedentes culturales, mis emociones e incluso mis traumas, encuentran su camino en mis pinturas, surgiendo en las pinceladas, los colores y las composiciones. El arte se convierte en un proceso de transformación: una manera de tomar lo oculto, lo complejo o lo tácito y traducirlo en algo tangible, algo visible.
Para mí, el arte también es una forma de liberación. Puede romper las restricciones de las normas, ofrecer momentos de claridad e incluso actuar como terapia. Sin embargo, ser artista conlleva cierta vulnerabilidad. Dejamos al descubierto nuestros sentimientos y miedos más profundos, presentándolos a un público que verá, interpretará y juzgará lo que hemos creado: creaciones que están tejidas completamente a partir de los hilos de nuestras verdades y emociones más íntimas.
Y, sin embargo, es este mismo acto de exposición, esta capacidad de revelar algo crudo y oculto, lo que hace que el arte sea tan profundamente significativo. Es un regalo poder crear, generar nuevas emociones y reflexiones en nosotros mismos y en los demás. Para mí, ese es el propósito y la alegría últimos del arte: iluminar lo que se encuentra debajo de la superficie y conectarnos a través de esas revelaciones compartidas.

La galería Espacio75 les invita a la exposición monográfica de la artista ucraniana Tania Rivilis.
Del 01 al 31 de marzo de 2025.
Título de la exposición: «585 Nanometers».
Artista: Tania Rivilis.
Organizador: Espacio75.
Fechas: del 01 al 31 de marzo de 2025.
Lugar: Galería Espacio75, Calle del Pilar de Zaragoza 75, local A.
Horarios:
Mañanas de 11:00 a 14:00 excepto lunes (cerrado), sábados y domingos de 12:00 a 14:00.
Tardes de 17:30 a 20:30 y sábados de 18:00 a 20:30. Lunes, jueves y domingo cerrado.
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