Por Matilde González (@matildegl1963), columnista de La Sociocultural.
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La exposición Jaume Plensa. Materia interior está abierta en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. Reúne ante el público quince obras escultóricas de pequeño y mediano formato, y es una buena ocasión para acercarnos a este escultor con alma de poeta, que tanto reconocimiento internacional tiene por parte de coleccionistas y galeristas. La exposición coincide con la noticia, hecha pública recientemente, de que su obra Julia permanecerá en la plaza de Madrid, donde se encuentra, hasta diciembre de 2027. En la crítica internacional hay unanimidad en reconocer la valiosa originalidad de la obra de Plensa y su estilo conmovedor.
La ventaja que tenemos ante los artistas vivos reside en que podemos recurrir a sus declaraciones para acercarnos a su pensamiento estético. Las palabras del escultor hablan de sus intereses y las ideas que le conducen por el proceso creativo. En algún documental filmado y en declaraciones a la prensa, Plensa ha afirmado que: Si el arte tiene una fuerza, es que no sirve para nada, y esto es una fuerza devastadora, es como un gran huracán. Como un tsunami. Es imposible de manipular. Cuando el arte es de verdad y está saliendo de una forma sincera, es como una poesía, ¿qué puedes hacer con ella?
El tema de la relación entre el arte y la poesía se repite en Jaume Plensa. Sus trabajos están cargados de lirismo. No parece tener miedo a la belleza que produce la mezcolanza de géneros.
En esta exposición de Madrid, sus palabras han quedado grabadas para insistir en el artista como vigilante de la sociedad. Los Estilitas, colocados en Gotemburgo y en Niza, que cambian de color según la hora del día en que se visualizan, responden a la necesidad del artista de alimentar su vida interior y de cuidar de los ciudadanos. La escala espiritual de la que habla se debe a la energía que tienen algunas esculturas pensadas para el espacio público.
Plensa se reconoce lector de William Blake, Goethe, Shakespeare y Vicent Andrés Estellés, entre otros poetas, y es capaz de pasar de las imágenes que le sugieren los textos a las figuras del mundo físico. Transita de la larga noche del poeta que no duerme a la vida cotidiana. En este territorio inmenso se mueve el escultor. Lo certero de su trabajo es que expresa pensamientos y sentimientos en esculturas monumentales. Afirma no ser un artista conceptual, y admite que necesita tocar las cosas. Porque las ideas también se pueden tocar, él las materializa a través del alabastro, el metal, la fibra de vidrio o el poliéster.
El cuerpo humano es una constante en su obra. En ocasiones, sus esculturas son figuras realizadas con ocho alfabetos para simbolizar la diversidad constante de los humanos, el intercambio de la memoria y la unión espiritual por medio de las letras. Las diferentes grafías son, a su vez, partes pequeñas del todo cultural que él transforma en lenguaje universal al darles corporeidad. Dentro de esas esculturas formadas por letras, el espectador puede penetrar para ver el mundo desde su interior y cambiar la mirada.
El espacio del cuerpo se transforma en un lugar hecho para meditar, para pensar en lo que hay de humano en el lenguaje. Las palabras hacen posible los pensamientos, unen la filosofía con la poesía y los sentimientos. Las lenguas forman parte del alma. Las esculturas nos transmiten ese sentir. Ante la pregunta “¿Dónde va el alma?”, el artista responde que el alma acaba siendo más grande que nuestro cuerpo. De esta idea nacen las figuras humanas de donde brotan árboles que, como símbolo del alma, crecen dentro de las esculturas y acaban desbordándolas, haciéndose más grandes.
Para Jaume Plensa, es imprescindible encontrar la esencia de lo humano por medio de la forma. Usa la técnica de la escultura en alabastro translúcido, que deja pasar la luz del interior, con lo cual se asocia automáticamente la luz y el alma. En ocasiones, toma como base bloques enteros con imperfecciones para esculpir cabezas. En ellas se halla lo esencial del pensamiento. Algunas veces, las cabezas se disponen en dúos o tríos en actitud de conversar y pareciera que interactúan entre ellas, como si fueran en verdad humanas.
En la Fuente Crown de Chicago, la obra interactúa con el público en un permanente juego de luz, agua e imágenes, con variedad de etnias y rasgos raciales. La mezcla humana colocada en el centro neurálgico de la ciudad pone el toque de comunidad, muy del gusto del escultor, para quien la relación de lo pequeño con lo grande, lo personal con lo general y el fragmento con el todo es importante.
Sin embargo, la cabeza de Julia, ubicada en la plaza de Colón de Madrid, de doce metros de alto, parece la imagen de una figura votiva. Es la primera vez que el artista, ganador del premio Velázquez de las Artes en 2013, expone una obra de semejantes dimensiones en España. Estamos ante una escultura hecha con resina de poliéster y polvo de mármol blanco, de tamaño gigantesco.
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En el caso de la cabeza similar instalada en St. Helens, localidad a medio camino entre Liverpool y Manchester, la escultura tiene veinte metros y trata de recuperar el espacio público para reconfortar a la comunidad minera que había perdido su modo de vida al cierre de las minas. El arte en espacio abierto se concibe como un modo de intercambiar la energía de la gente corriente con la escultura, que es observada, fotografiada, rodeada y festejada ampliamente. Nada hay de decorativo en estas figuras. Son obras no invasivas que no pasan desapercibidas en plazas y parques urbanos. Rigen como reinas allá donde están colocadas.
A orillas del Hudson, en Nueva York, la estatua manda callar con un dedo sobre la boca, pidiendo silencio. En Tokio, en Antibes, en Barcelona, sus figuras susurran o emanan belleza, sencillamente. La escultura de Madrid también tiene los rasgos de una niña/muchachita con los ojos cerrados y se erige como una figura totémica en el centro de la ciudad, a modo de contenedor del alma, porque en la cabeza habita lo más importante del cuerpo. Todas ellas son de color blanco, porque simboliza el contenido de la idea.
Los ojos cerrados de estas esculturas invitan a los sueños, hacen un llamamiento a la introspección y nos acercan a la subjetividad absoluta. Julia-María-Ana-Isabella pone la atención sobre sí misma y representa el silencio. Es una figura aislada, como apartada del mundo, aunque ubicada en el centro de la actividad humana. Con su presencia rotunda, trata de imponer silencio a los humanos que nos movemos alrededor de ella, en medio de un tráfico constante y un ruido infernal.
La escultura de Jaume Plensa está por encima de la actividad cotidiana. Está anclada en sí misma y habita en su propio territorio. Se ubica en un pedestal sobre la tierra y permanece aferrada a ella, pero desde la plaza pública despega, vuela a un territorio elevado que no parece de este mundo. Apela a la eternidad. Al representarla con los ojos cerrados, Plensa la convierte en una figura sagrada. Frente al ajetreo hiperactivo del entorno urbano, la alteración de la vida moderna y la compulsión del consumo, Julia es misterio, calma, perpetuidad y concentración. Cerrar los ojos y la boca para alcanzar el milagro de lo sacro.
Julia vive en su aura serena de armonía y belleza, ajena al entorno inhóspito de contaminación ambiental; se enfrenta a la circulación circundante de modo imperturbable. Anima a cobijarse bajo su halo a los pobres mortales en permanente trabajo de hormiga. Ella siempre exhala aroma de pureza, desborda paz. No dice, pero sugiere.
La época en que vivimos es tiempo de constante hipercomunicación, de ruido, alboroto insano, de exceso de redes y relaciones. Por el contrario, Julia es la presencia intensa del silencio. La verticalidad y la dimensión de montaña la acercan a la divinidad. Ella es el recogimiento contemplativo, diosa inmaculada e impasible. Como si su misión fuera combatir los quebrantos de lo ordinario, con su rotundidad física desafía la amenaza de la era líquida, como la denominan los filósofos. Piensa luego Plensa.
A pocos metros de donde observamos a Julia, en la sede de los patrocinadores de esta escultura, la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, Jaume Plensa nos invita a meditar en el Patio del Silencio. Es otra oportunidad de asomarnos al universo estético de nuestro escultor más poético. La exposición del Espacio Fundación Telefónica de Madrid se podrá visitar hasta el 4 de mayo de 2025; yo recomendaría no desperdiciar ocasión alguna de ensimismamiento.
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