Por Johely Barrios Diaz, abogada y Editora de La Sociocultural.
Observar la obra del artista pictórico Manuel Castillero Ramírez (Córdoba, 1976) es, cuando menos, una suerte de encuentro con sus intereses más hondos y con el mundo que nos circunda, un diálogo que nos permite entrever a través de los simbolismos que cuidadosamente pincela. Se describe como un pintor romántico, influenciado por Friedrich, los prerrafaelitas británicos, la pintura norteamericana y alemana de finales del siglo XIX y principios del XX, y Antonio López. Su identidad está marcada por la ciencia ficción, la fantasía y la distopía.
Hace poco revisité la obra de Castillero, y no pude evitar reflexionar sobre la profundidad del arte y su capacidad para habitar el cuerpo. El doctor Marc H. Vallés lo expresó bien: “las producciones artísticas son una extensión del artista, son artefactos marcados por su identidad, esto es, una amalgama de lo que han sido, de lo que son y de lo que aspiran ser”. Y aunque la obra de Manuel Castillero no necesariamente es una representación de sí mismo, está cargada de elementos que lo han sacudido, de imágenes que lo han acompañado, de un lenguaje que lo ha incomodado y que se ha fusionado con él.
Recuerdo cómo iniciamos una conversación que, en muchos momentos, no requirió palabras. Al contemplar las obras de su última exposición, cada pincelada parecía entablar un diálogo silencioso pero profundamente elocuente. Quizá su obra más reciente sugiera un grito, un llanto, un cántico al devenir. Después de contemplar su trabajo y beber de él, de dialogar con Manuel Castillero y ahondar en sus motivaciones, quedaba aún una pregunta esencial por reflexionar: ¿Qué provoca en mí esta obra? ¿Qué tiene para decirme? ¿Qué puedo decirle yo a ella?



Las producciones artísticas son una extensión del artista, son artefactos marcados por su identidad, esto es, una amalgama de lo que han sido, de lo que son y de lo que aspiran ser.
MARC H. VALLÉS
La distopía como espejo: Diálogos con Manuel Castillero
En una de nuestras charlas, Manuel me confesó: “La distopía también es nuestro espejo. Ese ejercicio de imaginación plantea dudas y problemas que son fascinantes”. Y esa reflexión está viva en su obra. En sus cuadros, esa tensión entre lo posible y lo improbable, entre la nostalgia y el futuro, resuena con fuerza; una lucha desesperada entre lo que somos y lo que tememos o esperamos llegar a ser.
Johely Barrios: Me llama profundamente la atención la forma en que la naturaleza se manifiesta en tu obra, tan vivaz y mordaz. En algunas piezas aparece una vegetación naciente; en otras, parece recuperar espacios que alguna vez fueron sepultados por edificaciones… Todo ello transmite la sensación de que la presencia humana es mínima o inexistente en estos escenarios, lo que permite que la naturaleza resurja con fuerza. Cuando pasamos por tu obra, observamos que todo esto se trata de una distopía. En «Playing in the grandparents yard» observamos que un astronauta está rendido, quizá jugando, observando, rodeado de flores y de un escenario que también fue cercano, conocido, y aunque no podemos observar la expresión del astronauta, para mí toda la obra es una imagen de “lo irreparable”. ¿Qué opinión te merecen las distopías?

Manuel Castillero: La imagen del astronauta me traslada a un pasado que añoro mucho. Ese sentimiento de añoranza y curiosidad está muy presente en las distopías, ya sean literarias, cinematográficas o en los videojuegos. Ese ejercicio de imaginación plantea dudas y problemas que son fascinantes. Nos ponen ante un espejo que muestra cómo se comporta nuestra especie en situaciones límite, unas veces de manera pesimista y otras desde un maravilloso optimismo, como en el libro de Emily St. John Mandel, “Estación Once”, donde el arte y la necesidad de perpetuarnos a través de él es maravilloso. Como está escrito en uno de los vehículos de la “Sinfonía Viajera”, el grupo de actores y músicos que representan obras de Shakespeare en ese mundo devastado por una pandemia “Sobrevivir no es suficiente”.
Ese “perpetuarse” a través del arte es maravilloso y dice mucho del ser humano como entidad constructora y que siempre se proyecta hacia la eternidad de forma inadvertida, o al menos la mayoría de las veces. Otras veces esa visión es pesimista, saca lo peor de nosotros. Ahí tenemos “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago o “The road” de Cormac McCarthy. En ambas obras nos presentan al ser humano como especie salvaje dispuesta a hacer cualquier cosa por la supervivencia, pero también nos enseñan algunos de los rasgos más humanos que podemos presentar como conjunto: el amor, la compasión y el sacrificio por los demás. Creo que en la balanza que nos juzga, esos actos pesan mucho a la hora de revelar lo que somos o podemos llegar a ser.
La melancolía de los espacios olvidados
Si pienso en lo que sus obras me han revelado a lo largo del tiempo, siempre encuentro un eco de melancolía. Todas sus piezas me hablan del reencuentro con espacios cotidianos, con lo que parece cercano y, sin embargo, inalcanzable. Hay una claridad en sus escenas, una sencillez que, no obstante, se llena de una profunda soledad. Es como si cada rincón, cada ventana o cada brote de maleza aludiera a la fragilidad de lo familiar, a la imposibilidad de permanecer en lo amado. Su obra es una oda a la añoranza y a la sensación de no pertenencia.
Johely Barrios: En tu obra pictórica están muy presentes los espacios abandonados, lugares que desde mi perspectiva albergaron cierta hospitalidad, como cocinas, habitaciones, vecindarios. Espacios donde se fraguaron historias pero también misterios como en «Y Hill House quedó en silencio». ¿De dónde viene esa fijación por lugares abandonados?
Manuel Castillero: Desde pequeño me gustaba visitar lugares así. Cerca de la casa de campo que tenían mis abuelos, a las afueras de mi ciudad, abundaban esta clase de espacios. Me encantaba sumergirme en ellos, jugar allí. Fantaseaba con quien había vivido entre esos muros, muchas veces abiertos al cielo, y qué historias se habían desarrollado en esas cápsulas del tiempo detenido. Observaba elementos de la vida cotidiana: vasos, sillas, revistas, libros… Estos últimos eran lo más interesante de todo y decían mucho de qué clase de personas habían habitado allí. Para mí era fascinante.

Exploradores del pasado y el futuro: La música y la fragilidad humana
Johely Barrios: Además de la naturaleza y los espacios abandonados, ¿hay algún otro tema o elemento recurrente en tu obra?
Manuel Castillero: La música está muy presente en mi vida. Adoro la música clásica, sobre todo la parte post-romántica de finales del XIX principios del XX. Mahler, Richard Strauss, Shömberg, Alban Berg, Shostakovich… se me quedan muchos atrás. Cuando acometo la conversión de una obra musical a imágenes recurro a cierta iconografía que ya está interiorizada: las ruinas, los coches y trenes abandonados, ciertos edificios de la Gran vía de Madrid y una figura vestida de cuero que para mí es el tiempo o la muerte… es una percepción ambigua la que tengo con ella pero recurro a su presencia cuando hablo del adiós a algo, a alguien o a la vida. Ahora también estoy incorporando las figuras de los astronautas y de las exploradoras futuras de los plásticos de colores. Si bien los astronautas visitan mis lugares sentimentales pasados y la melancolía que me provocan, las exploradoras hablan de un futuro-presente muy personal donde me siento muy frágil.
Sufro de una depresión desde hace años que ha estado contenida durante bastante tiempo. Pero los diques se han desbordado y últimamente me está afectando de tal forma que ya interfiere en mi vida de manera distinta. He vivido estos últimos años auténticos regalos de la vida de los que solo puedo estar agradecido, pero también situaciones devastadoras que han mellado esos diques. Creo que he sido fuerte durante mucho tiempo y el cuerpo está cobrando su factura ahora. Esas figuras hablan de la exploración interior de un mundo que está en caos. Llevan unos plásticos que creen defenderlas de un entorno que puede ser hostil o no… pero es una falsa apariencia. En realidad son de una fragilidad pasmosa. Muchas veces no somos conscientes de esa vulnerabilidad hasta que es demasiado tarde. Y también, muchas veces, esa coraza no es necesaria porque lo que se nos ofrece es maravilloso, pero cuando uno está sumergido en una situación como la que yo sufro, lo único que se busca es un asidero al que agarrarse, por muy precario que sea. Últimamente hay una frase que digo mucho, “solo quiero tener paz”. Creo que ellas buscan lo mismo y pueden encontrarlo en esos lugares que exploran. Yo lo encuentro en la pintura y en esa música que inspira muchas de estas obras.
Habitar la obra, habitarse a uno mismo
El «ikigai», ese concepto japonés – y nombre de la exposición más reciente de Manuel Castillero, expuesta en octubre y noviembre de 2024 en la galería Espacio 75 de Madrid– que alude a la razón de ser, al propósito, parece un hilo conductor en la búsqueda artística de Castillero. Perseguir sus curiosidades y desentrañar esa mística, ese propósito, es lo que lo hace tan interesante. Su obra no deja de ofrecer generosamente un espacio que nos permite vernos reflejados en ella, retroalimentarla, hacerla nuestra.
Así, la pintura de Castillero no solo explora su propia razón de ser, sino que nos sugiere habitar en nuestras propias carnes el cuerpo de los exploradores que hallamos en sus piezas. Y es precisamente ahí, en esa invitación, donde radica la potencia de su más reciente exposición: los exploradores no son los otros, somos nosotros, o al menos podríamos serlo. A través de su arte, Manuel Castillero nos invita a redescubrir esos espacios, a habitar la soledad, a resonar con lo humano en cada rincón de sus paisajes. El «ikigai» es, quizás, un dispositivo que nos permite regresar a esos lugares y reflexionar sobre la relación particular que tenemos con ellos.
Intentar acercarme a la obra más reciente del artista ha sido estar en primera persona entre la ventana y el espejo, entre el hallazgo más curioso y la confrontación visceral. Recuerdo cuán especial fue observar la imagen del astronauta de rodillas sobre la tierra, rodeado de vegetación, rendido ante la esperanza, contemplando el inesperado brote de la vida. Parecía adverso el entorno, amenazante; entonces pensaba en el tiempo en que se gestan las semillas, en lo ocultas que están primero, soportando el alud y la fría tierra. Se rompen, primero crecen hacia abajo, no buscan la luz, sino lo profundo. Es en ese vaivén entre la oscuridad y la luz, entre el silencio y el crecimiento, donde reside la mística de esta exposición. Ikigai se nos revela; nos ofrece espejos donde reconocernos.

Espacio75 es un proyecto cultural que nace del amor de sus promotores por el Arte en sus diferentes vertientes. Instagram: @espacio75art
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