Entrevista por Martin. B Campos (@martinb.campos) escritor y editor.
Hace unos días tuve el gusto de escuchar a Olga decir que “no es lo mismo ser pintor que ser artista”. Creo que no hace falta explicar. En todo caso, para terminar de confirmar lo que ya sugiere la frase, alcanza con acercarse a su obra. Olga Noya pertenece a la escuela pictórica esencialista, fundada a mediados de los 80 por Heriberto Zorrilla y Helena Distéfano. El esencialismo, para dar una idea, consiste en captar a través de la pintura la esencia de las cosas, la experiencia y el sentimiento transformados en colores. Podría decirse que lo que se plasma es abstracto y no figurativo o realista, pero las letras también son abstractas en cuanto no extraemos su sentido de ellas. Toda representación es abstracta en cuanto requiere del espectador para completarla. Toda obra es realista en cuanto un espectador la siente. ¿Es posible transmitir al espectador la sensación de las tinieblas? Cuando miro las pinturas de Olga, tengo la sensación de estar inmerso en un mundo trazado por amantes. Casi a tientas, a la velocidad del fuego, palpando sombras y temblores. Una duda constante que mueve el pincel, siempre hacia lo otro, lo desconocido.
Martin: Me llamó la atención el hecho de que te enteres del significado de las obras después de pintarlas, y pienso en los títulos. Es curioso el hecho de los títulos en las obras, en general. No diría que las condiciona, sino que las completa. En una obra como Troya y el mar, ¿sabías que ibas a pintar Troya? ¿Cómo fue el proceso?
Olga: Jamás trabajo con un modelo previo; mi manera de abordar la obra es sin un patrón a seguir. Coloco todos los colores en la paleta y realizo un estímulo cromático sobre el soporte que estoy pintando. A este estímulo lo llamo caos inicial: voy colocando los colores, sintiendo el color, lo cual me permite andar y bucear en este caos. Se convierte en un ida y vuelta, y el cuadro me va dando respuestas, me va dando pistas. Jamás sé en qué color va a finalizar.
En el caso de «Troya y el Mar», no sabía desde el principio que iba a pintar Troya. Comencé con mi proceso habitual de caos inicial, permitiendo que los colores, y quizás algunas formas, emergieran y dialogaran entre sí y conmigo.
A medida que avanzaba, el cuadro comenzó a revelarse de manera orgánica. Poco a poco, emergieron imágenes de la ciudad de Troya sitiada por los griegos, rodeada de un inmenso mar. Troya en llamas, solitaria y devastada, y los barcos con troyanos abandonando su patria. Solo al llegar a este punto, cuando las imágenes tomaron forma y me contaron su historia, fue que pude darme cuenta de que había quizás pintado algo referido a Troya.
Es entonces cuando encuentro un título posible, que generalmente no difiere de lo que estoy leyendo o he leído. Considero que una obra nunca se acaba, pero en ese momento sentí que había llegado a una conclusión adecuada para un título como «Troya y el Mar» y podía abandonar la obra.
M: Toda época, toda sociedad, construye su escala de valores. Varía la idea de felicidad, de paz, de honradez, de locura, de vergüenza, solo la vida no varía. Hoy en día, me da la impresión de que sentir el arte es algo que se apartó un poco de la vida cotidiana, como si no nos permitiéramos sentir. Me gustaría saber qué pensás de esa impresión, y de la vergüenza en general. Y preguntarte ¿Cuáles son los obstáculos que encontrás para sentir una obra en la actualidad?
O: Creo y considero que no nos permitimos sentir por la rapidez en la cual estamos viviendo. La inmediatez y la instantaneidad que nos rodean hacen que todo sea tan rápido y efímero que no nos permitimos sentir, no solo frente a una obra de arte, sino en todo lo cotidiano de la vida. No es solo que no nos permitimos sentir, sino que no nos “detenemos” a sentir. Nos movemos con la misma rapidez e inmediatez con la que hoy se mueve todo lo virtual. Este frenesí constante nos impide tomar un momento para conectarnos verdaderamente con nuestras emociones y experiencias. Respecto a la vergüenza, pienso que me avergonzaría no poder actuar de acuerdo a mis valores y principios. Hoy en día, muchas veces nos incitan a corrompernos para poder agradar o insertarnos en un grupo social, bajo la presión de que es necesario “pertenecer”. Considero que la vergüenza pasa por otro lado y no por el hecho de ignorar o adquirir conocimientos. No debemos tener vergüenza de aprender. Debemos permitirnos ser desde un lugar respetuoso y mostrarnos sin vergüenza como realmente somos, porque lo único que no se recupera cuando se pierde es la vergüenza; ahí perdemos todo. Para sentir una obra de arte hoy en día, uno de los mayores obstáculos es precisamente esta falta de tiempo y disposición para detenernos y permitirnos sentir. Pararnos frente a una obra, detenernos, sentir, sin ningún tipo de vergüenza, aunque ignoremos de arte, es fundamental. Todos somos ignorantes en algo, y por eso no hay que avergonzarse. La vergüenza debería surgir de no ser fieles a nosotros mismos, no de nuestra falta de conocimiento. Además, hay una desconexión creciente entre la vida cotidiana y el arte. En la actualidad, el arte se percibe a menudo como algo distante o reservado para unos pocos, lo que nos aleja de su verdadero propósito de provocar sentimientos y reflexiones. La tecnología y las redes sociales también juegan un papel dual: por un lado, nos permiten acceso inmediato a una vastísima cantidad de obras; por otro, nos acostumbran a un consumo superficial y rápido, sin la profundidad que requiere una verdadera apreciación artística. Entonces, uno de los grandes desafíos para sentir una obra en la actualidad es encontrar la forma de desacelerar y de darnos permiso para experimentar plenamente. Necesitamos cultivar la paciencia y la apertura para permitir que el arte nos impacte. Esto implica también un esfuerzo consciente para resistir la presión social que nos empuja hacia la conformidad y la superficialidad y, en su lugar, abrazar la autenticidad y la reflexión profunda. En resumen, el arte y la vida están íntimamente ligados, y la capacidad de sentir profundamente es esencial para ambas. La vergüenza no debe ser un obstáculo, sino una señal de que debemos ser más fieles a nosotros mismos y a nuestros principios. Solo así podremos verdaderamente conectarnos con el arte y con la vida en su totalidad.
M: En tu serie «Quisiera» vemos un rostro y arriba un montón de imágenes que interpreté como pensamientos, a veces más caóticos, otras más organizados. También es recurrente el color azul en toda su gama, una paleta de colores que sugiere la idea del mar. En casi todas experimenté soledad: en el caso de “Quisiera”, una soledad abrumadora; en el caso de las otras, una soledad tranquila. Después pensaba en esa aparente contradicción entre la posibilidad de sobreestimulación actual y la soledad. ¿Cómo creés que el uso de redes sociales afecta a la soledad de las personas?
O: Creo que el uso de redes sociales no solo afecta a la soledad de las personas, sino que también fomenta un individualismo y una desconexión profunda con la realidad. No hablo de la soledad en términos de estar solo y sentirse cómodo con uno mismo, sino de una soledad que implica aislamiento de la realidad que nos rodea. Vivimos en una virtualidad que no es real; hablamos de «contactos» y «seguidores» en lugar de personas. Estamos pendientes de los «me gusta» y comentarios, lo cual puede ser sumamente dañino si no estamos emocionalmente equilibrados. Estamos inmersos en una gran red que primero nos enseñó a navegar y luego nos atrapó en su tejido. Y, como en una red real, cuando uno queda atrapado, se enfrenta a la posibilidad de perecer, metafóricamente hablando. Esta dependencia desmedida de las redes sociales nos lleva a creer que esa es la realidad, lo cual considero abrumador y nefasto, con un futuro muy poco prometedor para las generaciones actuales y futuras, especialmente con el auge de la inteligencia artificial. La soledad que mencionas en mi serie «Quisiera» refleja esta contradicción. La sobreestimulación actual a través de las redes sociales no ha disminuido la soledad; en muchos casos, la ha exacerbado. Las personas se sienten más aisladas porque sustituyen las interacciones genuinas con conexiones virtuales superficiales. La soledad abrumadora en «Quisiera» representa esta desconexión y alienación, mientras que la soledad tranquila en otras piezas podría sugerir un anhelo de conexión más auténtica y profunda. Es preocupante cómo los avances tecnológicos, que tienen el potencial de mejorar nuestras vidas, a menudo se utilizan de maneras que incrementan nuestra capacidad para destruir, en lugar de construir. La humanidad ha descubierto muchas cosas a lo largo de la historia, pero rara vez les ha dado el uso debido. Esta tendencia es alarmante y merece una reflexión profunda sobre cómo utilizamos la tecnología y las redes sociales en particular.
M: Me llamó la atención algo que dijiste sobre la pintura como una herramienta de expresión. ¿Cómo empezaste a descubrir tus propias herramientas de expresión? ¿Qué papel tuvieron los maestros en tu formación?
O: Mis propias herramientas de expresión las comencé a descubrir desde temprana edad, alrededor de los ocho años. Recuerdo que ya dibujaba y pintaba, y me gustaba mucho. Nací en un pueblito muy chico en la provincia de Entre Ríos, sin ningún referente en el arte. Fue mi padre quien me enseñó a contemplar la naturaleza, a observar cada detalle, cada color, cada forma. Mi madre, por su parte, me inculcó el amor por la labor con las manos, la paciencia y el cariño que se requiere para crear algo desde cero.
El arte, la pintura y el dibujo fueron cruciales para mí, especialmente para sobrellevar el dolor de la pérdida de un hermano a mis doce años. Fue un momento devastador, y encontré en el arte una forma de canalizar ese dolor. Comencé a construir mis propias herramientas, creería, desde ese punto, buscando una manera de expresarme que transformara esa tristeza en algo bello. No hablo de belleza canónica, sino de una belleza que me permitiera mostrar y mostrarme al mundo sin dolor, de una manera que otros pudieran sentir y comprender.
La pintura, hasta el día de hoy, es mi medio para comunicarme y expresarme. A través de mis obras intento dejar un mensaje que pueda movilizar y motivar aunque sea a una sola persona en este planeta. Para mí, el arte es un puente entre el mundo interior y el exterior, una forma de transformar emociones complejas en algo tangible y compartible.
Mis maestros tuvieron un papel sumamente importante en mi formación. Ellos me enseñaron no solo las técnicas y conocimientos necesarios para mejorar, sino también la pasión y el compromiso con el arte. Mi maestro me acercó mucho a la literatura y a la poesía, mostrándome cómo las palabras pueden complementarse con las imágenes para crear algo aún más poderoso. Mi maestra, por otro lado, me permitió adquirir una libertad increíble en la creación de mis obras, alentándome a explorar y a ser auténtica en mi expresión. Solo tengo palabras de agradecimiento para ellos.
Gracias a su influencia y enseñanza he podido pulirme, crecer y continuar expresándome de una manera más profunda y significativa. Ellos no solo me enseñaron a ser una mejor artista, sino también a ser una mejor persona, a entender el poder del arte como herramienta de sanación y comunicación.
En resumen, descubrir mis herramientas de expresión ha sido un viaje de vida. Desde los primeros dibujos en mi infancia hasta las obras que creo hoy, el arte ha sido mi refugio, mi voz y mi manera de conectar con el mundo. Y los maestros que encontré en el camino fueron faros que iluminaron mi camino, dándome las herramientas y el coraje para seguir adelante.
M: En cuanto a las obras, ¿cómo funciona su comercialización? ¿Qué clase de compradores hay?
O: La comercialización de mis obras funciona principalmente a través de su presentación en galerías de arte, tanto en exposiciones colectivas como individuales. Además, mis trabajos se exhiben en centros culturales y eventos culturales diversos. Estos espacios no solo permiten que las obras sean vistas por un público amplio, sino que también facilitan su adquisición por parte de diferentes tipos de compradores. En cuanto a los compradores, hay una diversidad notable. Algunos son coleccionistas de arte que buscan piezas únicas para añadir a sus colecciones personales o para invertir en arte como una forma de valor a largo plazo. Otros compradores pueden ser instituciones culturales o corporaciones que desean enriquecer sus espacios con obras de arte. También hay personas que adquieren arte por el simple placer estético, porque encuentran una conexión personal con la obra y desean tenerla en su hogar o lugar de trabajo.
Anteriormente hablábamos del uso de las redes sociales y cabe destacar que además de su presentación en galerías de arte, exposiciones y eventos culturales, mis obras también son muy vistas y han sido adquiridas por medio de redes sociales como Instagram. Esta plataforma digital proporciona un alcance global y una exposición constante de mis trabajos a un público diverso y en constante crecimiento. A través de Instagram las personas pueden descubrir mis obras, conectarse con mi proceso creativo y, en muchos casos, adquirir piezas directamente desde la comodidad de sus dispositivos móviles. La accesibilidad y el alcance de las redes sociales han ampliado significativamente el mercado potencial para mis obras, permitiendo que lleguen a una audiencia aún más amplia y diversa.
Cada comprador tiene una motivación y una relación única con el arte, y es fascinante ver cómo mis obras encuentran su camino hacia diferentes contextos y significados para quienes las adquieren.
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