Por Martin. B Campos (@martinb.campos) escritor y editor.
Remeras con su cara, bares con su nombre, frases sacadas de contexto en fotos motivacionales. Me gustaría saber cuántos lo han leído. Si después de leer sus libros alguien quiere comprarse una remera con su cara, ¿lo habrá entendido? La fama es un fenómeno misterioso. Me da la idea de una incomprensión. Me recuerda lo siguiente: cuando le tiraba un hueso a mi perro, él se quedaba mirándome, agitando la cola y jadeando. Le señalaba el lugar donde había caído el hueso pero él miraba mi dedo. Él no podía entender que el dedo representaba una línea imaginaria. Para él solo era una mano alzada. Casi como querer hacerle entender que un billete puede significar un paquete de papas fritas. Valor de cambio. Valor de línea recta.
Imitar el estilo, la voz, empezar a fumar, a tomar cerveza, usar sus temas, su piel, quedarse mirando el dedo y jadeando. Bukowski hablaba de lo que conocía, de lo que veía todos los días, ¿Qué hay de hermoso en una habitación sucia, llena de borrachos y olor a vómito en un barrio olvidado de Dios en Los Ángeles? Si lo vemos hermoso es porque primero le ponemos el filtro Bukowski, pero si veríamos lo mismo a una cuadra de nuestra casa es posible que no lleguemos a reconocerlo, a notar la metáfora evidente. Croce escribió que un paisaje no es tan hermoso como el lienzo que le arrancaría un genio. Lo mismo. Puede que existan objetos poéticos. Desconozco si la rosa está en la obra de medio mundo porque tiene una belleza esencial o porque algún poeta hace miles de años legitimó con un poema su valor y después el mundo se pobló de discípulos. Seguidores que en lugar de mirar el piso eligieron el poema, y más al autor que al poema. La historia es un puñado de legitimaciones difundidas, cadencia de unas pocas ideas.
Cuando se analizan las cosas en sus circunstancias, la admiración se transforma en respeto. Nadie se vuelve loco o genio de un día para el otro. Las singularidades son sumas de miles, millones, de pequeñas decisiones, atenciones. Un recuerdo terrible no solo modifica la memoria en ese instante, tiñe todos los recuerdos del pasado y todos los que siguen. ¿Quién no ha visto una viuda que ve todo con los ojos de otro tiempo? ¿Quién no ha encontrado una ausencia en cierta puerta, cierta esquina, cierto acorde?
La misma idea de absurdo se me viene cuando pienso en Melville. ¿Cuántas biografías se encargaron de documentar, al filo del detalle, sus días trabajando en la aduana? Un trabajo aburrido, solitario, sin nada de especial mientras lo ejecutaba, como cualquier trabajo gris y alienante de oficina. Y sin embargo hay algo lindo en la paradoja. Como cuando uno se imagina a Cervantes en la cárcel escribiendo el Quijote, primero en la fe, para después pasarlo a la hoja cuando sea libre.
Dos cosas:
La primera: ¿Cuántos como Bukowski se murieron de hambre sin siquiera un obituario? A esos homenajea en su poema Un ideal cuando manda al arquitecto a agitarse tres dedos en el culo. Ningún ideal asegura residencia, y mucho menos éxito.
La segunda: En La senda del perdedor llega un momento en que el protagonista invita a un chico a jugar en una máquina de boxeo. Piensa: “Sentía que tenía que ganar. Me parecía muy importante. No sabía por qué era tan importante y seguí pensando: ¿por qué era tan importante?” Entender eso. Ese grado de miseria. Llegar hasta ahí, cerrar el libro, mirar fijo cualquier cosa que hubiera enfrente, acariciar al perro.
Lo mismo con el alcohol. El alcoholismo es un problema. Casi mata a Bukowski. Él no llenaba sus páginas de cerveza para que otros lo imitaran, él simplemente hablaba de lo que conocía.
Lo llaman poeta maldito. ¿Qué es un poeta maldito? Gente con arrebatos, obsesivos, siempre tendiendo al suicidio o al asesinato. El adjetivo maldito es más una marca comercial que una etiqueta coherente, suena a título de película taquillera. Pero todo cliché o estereotipo esconde algo de cierto. Pizarnik, Poe, Baudelaire, Bukowski. Soledades incurables. Pero también Dostoievski, Woolf, Borges, Sábato, Dickinson, podrían considerarse malditos. ¿Cuál de ellos no tuvo una vida perturbadora? Y los que no lo aparentaron tanto afuera, lo vivieron por dentro. Un huracán constante. Es fácil disimular en este mundo. La realidad es que lo distinto causa intriga. Es fetichista, morboso. Poca gente prefiere el largo camino de la comprensión.
Es extensa la ruta para que una criatura de cuatro años pueda comprender el Fedro. Hay que enseñarle a leer, que existió un lugar llamado Atenas, lo que es la filosofía, los Diálogos. En el punto de inicio el libro no es más que papel con líneas negras. Saber leer tampoco es suficiente. Pensar que solo por saber leer podemos comprender la Biblia es una ingenuidad. Procesos como los del niño aquel son los que llevan a entender algunas cosas.
Son largos los caminos que bajan los ídolos del mármol. No adora quien comprende. Y en ese deshumanizar a Bukowski para quedarse con el producto terminado, en ese borroneo del tiempo, la razón se acuesta a dormir, y las leyes empiezan a ir delante de los fenómenos, la foto delante del paisaje. Desconozco otra vejez. Los ojos se transforman en simples clasificadores, como empleados del correo. Y uno agita el dedo para que el perro lo vea. Pero el animal, ansioso y sin poder resolver, salta de un lugar a otro y ladra.
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